Planificar es proyectar acciones para conseguir algo y todas las personas lo hacemos a diario, incluso sin ser conscientes de ello, cuando tenemos que levantarnos para estudiar o trabajar, al llevar a los y las menores al colegio organizando nuestra agenda diaria, al gestionar los gastos domésticos o los papeleos con el banco, al preparar un examen, al organizar el cuidado de personas a nuestro cargo, etc. hacemos planes a corto plazo. Y cuando queremos conseguir un objetivo más lejano, nos pondremos manos a la obra, para ejecutar acciones más inmediatas que nos dirijan hacia dicha meta a largo plazo, por ejemplo, prepararnos para el acceso a una carrera universitaria o encontrar empleo. En estas acciones cotidianas, planificamos, y aunque parecen comunes para hombres y mujeres, seguro que podemos enumerar algunas barreras que les diferencian a la hora de ejecutarlas, pero que solamente podremos conocer si se les consulta a través de su participación.
Nuestra realidad se construye a diario, en función de interacciones mentales individuales y socioculturales, de intersecciones que dependen del cuando y donde transcurre la vida de cada cual, y en ello también influye haber nacido con un sexo determinado. Hombres y mujeres parten de posiciones distintas, por su identidad, configurada a través de una socialización, con unos valores arrastrados en el tiempo y en un contexto determinado, por ello, asumen ciertos roles o papeles, comportamientos, actividades socialmente atribuidas a cada sexo. A causa de las identidades de género y de la estructura patriarcal e invisible que las mantiene se producen disparidades y brechas entre mujeres y hombres, en las cuales las primeras se suelen llevar la parte peor, tal como puede observarse de la estadística pública del Instituto Nacional de Estadística que muestra brechas en el empleo, salarios, riesgo de pobreza, educación, salud, violencia, poder, toma de decisiones, tecnología, etc. (INE, 2021). ¿Cómo podrían las Política Publicas ignorar tal agravio comparativo? Es aquí donde el enfoque de igualdad de género adquiere valor científico.
Enfocar significa ver un objeto nítidamente, y dirigir la atención hacia un asunto o problema desde unos supuestos previos, para tratar de resolverlo acertadamente (R.A.E. 2021). Con lo cual enfocar las políticas para conseguir la igualdad de género significa poner la mirada en un punto de la sociedad donde hay desigualdad, poner el foco en las claves de la desigualdad para reducir disparidades entre hombres y mujeres en cuanto el acceso a recursos y oportunidades. Es lo que se conoce como “ponerse las gafas de género”, unas lentes que nos permitan ver con nitidez la realidad de las mujeres y hombres, inmersos en sistemas que nos rodean como individuos. El contexto macro, micro está atravesados por un invisible sistema estructural que propicia roles, estereotipos y distintas oportunidades, impidiendo, especialmente a las mujeres, el mismo grado de poder, participación, oportunidades y acceso a los recursos. Al igual que los equipos científicos utilizan instrumentales de laboratorio para analizar e investigar, los equipos políticos, gestores, técnicos, debemos utilizar estas gafas como una herramienta similar a un microscopio.
No siempre fue así…
Lamentablemente esto no fue siempre tan evidente. La primera planificación de P.P. en Europa, que surgió por razones urbanísticas, a final del siglo XIX, no tenía ni siquiera visión metodológica, menos podía vislumbrar la importancia de ponerse esas gafas de género para la comprensión de la realidad. Tras la Primera Guerra Mundial, la planificación se alejó del utilitarismo utópico y se fue creando una metodología, aunque mantuvo la ceguera de género, que, en aquel momento histórico, era extensiva a todas las ciencias, incluidas las políticas. Aunque las gafas de género ya existían, a través de la mirada crítica feminista de todas las mujeres de la historia que fueron capaces de romper una punta de lanza y rebelarse para conquistar el mismo mundo que los hombres, la incapacidad de discernir la visión nítida de la distinta realidad de las mujeres y de los hombres continuaba siendo algo inconsciente. No es de extrañar que la planificación, la investigación o la evaluación, hayan mantenido hasta hace poco esa misma visión androcéntrica, por mera tradición filosófica en la que “el hombre” era el considerado como modelo humano universal, con lo cual, lo dominante era el punto de vista masculino y las P.P. eran ciegas al género. Paralelamente algunos sectores científicos malgastaron bastantes años hasta mediados del siglo XX con inútiles investigaciones que pretendían demostrar biológicamente la inferioridad de las mujeres y, quizá por ello, entre otras razones, el ensayo “El segundo sexo” de la filósofa Simone Beauvoir publicado en 1949, no fue un revulsivo en las conciencias hasta los años 70. Década en la proliferaron las investigaciones feministas favoreciendo el cambio en la mirada política de muchas mujeres (también de bastantes hombres), pues se fueron deconstruyendo varias ideas preconcebidas y estereotipadas en pro de la igualdad.
Susana Menéndez de @IAAPJunta nos habla de cómo incorporar el enfoque de género en la planificación y evaluación de políticas públicas. El hormigón para rellenar la brecha de género. ¡Muy recomendable!Click to PostEn Europa se fueron consensuando marcos de planificación más sistemáticos, mayoritariamente asociados a la lógica programática, y evaluados, mayoritariamente, por criterios económicos y métodos racionales, dejando de lado posicionamientos científicos más críticos y holísticos como la teoría feminista, la teoría de sistemas o la teoría del cambio, porque no eran positivistas. Progresivamente se consolidó la base científica a través de investigaciones que incluían la categoría género, fundamentada desde diferentes ciencias como la Antropología, la Filosofía, la Psicología, la Sociología, la Medicina, y por supuesto las políticas, que fueron tomando conciencia del sesgo androcéntrico para mirar la realidad con un enfoque más adecuado. Tras más de tres siglos de vindicaciones feministas y a partir de la Conferencia de Beijing, se produce la primera transformación de las estrategias políticas de la Unión Europea, que asume la aplicación del mainstreaming, mediante el Tratado de Ámsterdam en 1997, consistente en diversas estrategias definidas por el Comité Experto del Consejo de Europa, el cual indica que las políticas deben incluir la igualdad en la corriente principal, no teniendo solamente en cuenta los problemas de las mujeres por separado, sin las relaciones entre ambos sexos, y que deben incluir criterios de participación, paridad, cambios organizacionales, entre otras cuestiones.
En España el mainstreaming fue traducido como transversalidad de género. En igualdad fuimos de los últimos de la clase, debido a la dictadura, periodo en el cual las españolas fueron convertidas en perfectas casadas, ángeles del hogar, intentando reforzar la subordinación mediante la identidad de género y a través de la maternidad y sin los mismos derechos que los hombres en la familia ni en sociedad. Hasta que en 1975 llegó la Transición y la modernización legislativa y de la mano de lo que conocíamos como estado del bienestar la planificación de P.P. adquirió un formato garantista con políticas redistributivas y distributivas de cara a mejorar la igualdad social. A partir de los años 80 y los 90, la conciencia feminista traspasó la barrera institucional y se propició un amplio marco de derechos que actualmente obliga a utilizar dicho enfoque de igualdad de género por mandato legal en las P.P. La adhesión a Europa, a partir de 1986 nos obligó a converger con lo marcado por las distintas Directivas europeas de igualdad. Además de diversas leyes y políticas de igualdad, se incluyeron otras paliativas, que utilizan acciones positivas a modo de escalón para poner a las mujeres en el mismo punto de partida que los hombres para el acceso a la igualdad de oportunidades. Pero esto, aunque necesario, no es suficiente para transformar la realidad. Respecto a la evaluación, por ser una pieza indisociable de la planificación política, la evolución fue similar, aunque un poco más tardía, comenzó con modelos economicistas en el siglo XX y hoy existen una variedad de modelos de evaluación, por objetivos, con participación de agentes o pluralista y se valora el impacto de género como criterio de calidad de una buena política, ya que el mainstreaming implica la realización de una evaluación ex ante y ex post dicho impacto.
El género no es solo «de mujeres»
Legalmente terminó reconociéndose que el género no era “algo de mujeres”, sino que se refiere a los papeles, comportamientos, actividades y atribuciones socialmente construidos que una sociedad concreta considera propios de mujeres o de hombres (Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y lucha contra la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica, Estambul, 11.V.2011) y que hay que examinar a los dos grupos por separado como colectivos no homogéneos, pero con sus relaciones. Por ello hay que planificar políticas transformadoras, que en esta historia son como el príncipe morado que acaba con la poderosa ceguera que habita el castillo del patriarcado.
Las P.P. transformadoras de los problemas, necesidades y que afrontan retos de futuro, deben tener claridad y transversalidad de miras, servir para subsanar disparidades entre hombres y mujeres en cualquier ámbito, y para ello, el enfoque de igualdad de género[i] debería atravesar todas las dimensiones de la planificación: la política, la económica y la estratégica. En primer lugar, el enfoque de igualdad de género debe estar en la agenda política, para que sea un principio (ya es una prioridad de obligado cumplimiento por mandato legal). Y, dado que la cultura pública institucional se conforma por personas y éstas contribuyen a dicha cultura organizacional, la concienciación sobre el enfoque y la formación en materia de género es tan importante como el respeto a la paridad y diversidad de los equipos y participantes. La estadística debe desagregarse por sexo, pues es la única forma de contabilizar la realidad sin astigmatismos ni miopías. Respecto a la dimensión económica se abordará a través del propio presupuesto público con enfoque de igualdad género, con un modelo similar al que existe en Andalucía desde 2003, aunque no es único en España ni en el mundo.
Respecto a la dimensión estratégica de la planificación, el compromiso con la igualdad de género debe contar con objetivos claros y evaluables que no se pierdan de vista a lo largo del proceso de diseño técnico del plan, lo que ocurre con más frecuencia de lo deseable, cuando se comienza a fundamentar con párrafos llenos de buenas intenciones respecto a la perspectiva de igualdad de género, se pone de manifiesto un diagnóstico con desigualdades y luego no se encuentran objetivos asociados, alineados con acciones eficaces o evaluables. En el diseño de la planificación es fundamental adoptar una visión sistémica de la realidad, y es imprescindible consultar fuentes y datos desagregados y si no existen encargar su investigación o elaboración sin caer en defectos de cortoplacismo o recursos. Se deben realizar tantos mapeos de actores y actoras, como sea necesario, comprobar sus relaciones, siendo conscientes de que no siempre hay una representación adecuada de mujeres al tratar un ámbito concreto. Las acciones deben alinearse con los objetivos y ser pertinentes para aminorar la desigualdad. La evaluación del plan abarcará desde la pertinencia de género, el diagnóstico con técnicas participativas e interseccionales en las cuales se detecten los posicionamientos diferenciados de mujeres y hombres en cada asunto. Se realizará una revisión de la evaluabilidad de los objetivos del plan, incluidos los de género, y la utilidad de los indicadores asociados para detectar y disminuir las desigualdades de todos los grupos de interés. Finalmente se comprobarán los resultados y se medirá el impacto en mujeres y hombres, después de ejecutar el plan.
En resumen, el enfoque de igualdad de género goza de valor científico, aporta una visión crítica y tiene tanta importancia como los cálculos de eficacia y eficiencia en la evaluación de P.P., puesto que sirve para ir rellenando con hormigón político, metafóricamente, las brechas de género y no terminar cayendo en los agujeros del fracaso social.
Susana Menéndez Roldán, experta en género y participación, miembro del grupo de Género del GPE del Instituto Andaluz de Administración Pública (IAAP) de la Junta de Andalucía.
[i] Pulsando en el enlace puede consultar las guías sobre evaluación con enfoque de género y participación transversal en la planificación y evaluación, que contienen algunas herramientas prácticas para la aplicación de las cuestiones expuestas
Muy clara exposición del tema, muy enriquecedor para ir definiendo los puntos relevantes a incorporar y revisar en la verificación (evaluación) del nivel de incoporación de la perspectiva de género en las políticas públicas ¡todo un reto, que ya está – afortunadamente – en marcha en muchos países y niveles subnacionales! Gracias por la información.