En un programa radiofónico en el que he participado recientemente un oyente (masculino) intervenía -tras mi intervención- señalando que él, un hombre de unos treinta años, informático de profesión, encontraba grandes dificultades a la hora de relacionarse con la Administración mediante canales electrónicos. La verdad es que tal testimonio me pareció muy revelador. Yo había hecho una intervención acerca de la brecha digital y el caso expuesto mostraba la gran variedad de derivadas del fenómeno.
Para entender la situación planteada debemos distinguir los diferentes tipos de brecha digital a los cuales hay que hacer frente.
Conviene recordar que el término “digital divide” o brecha digital surge en la etapa final de la presidencia de Clinton en EEUU (2001) para identificar determinadas desigualdades sociales que comenzaban a surgir derivadas del uso de los ordenadores y de Internet. Por tanto, un dato que nos interesa destacar en que la brecha digital produce desigualdad social (Mossberger, 2007) al segmentar a la población entre “conectados” y no “conectados” y obteniendo los primeros más ventajas sociales que los segundos.
La brecha digital, por tanto, marca -de inicio- una serie de desigualdades para los individuos a la hora de acceder a la información, buscar trabajo, etc. En definitiva, Internet es una ventana de oportunidad que tienen todas las personas conectadas, mientras que las no conectadas se ven relegadas de tales ventajas. Este hecho nos sitúa ante una nueva divisoria mundial: los/as conectados/as y los/as no conectados/as. Pero la diferenciación no es dicotómica sino que se abre todo un abanico de posibilidades (un “arco iris de acceso”), un panorama a modo de un continuum de la inclusión digital. El fenómeno abarca desde el acceso a las infraestructuras (redes, ordenadores, software) hasta los e-servicios y la e-gobernanza.
Lo que comúnmente se conoce como brecha generacional o brecha de estudios, responde realmente a la existencia de una serie de factores que influyen (positiva o negativamente) en la mayor o menor amplitud de la brecha digital. Estos son: La edad, el nivel de estudios, la situación laboral y la situación socioeconómica, el sexo, la ubicación geográfica, situaciones de discapacidad (física o mental), etc. Según los últimos barómetros en España (ONTSI, 2019) destacan los dos primeros factores como los que más influyen en la conexión a Internet (la edad y el nivel de estudios).
No te pierdas este post #mujeresSP de Adela Mesa @zipmedea en el que nos habla de cómo las diversas brechas digital de género influyen en la relación de la ciudadanía con la administración electrónica. #AAPP Click to PostTeniendo lo anteriormente en cuenta, podemos distinguir tres tipos de brecha digital (la clasificación puede variar de unos autores a otros):
1) brecha digital de acceso
2) brecha digital del uso
3) brecha digital de beneficio (Ragnedda and Ruiu, 2017).
La brecha digital de acceso
La primera de ellas (acceso), fue la que acaparó mayor atención en los inicios de la implantación de las TIC y, en concreto, de Internet (primera década de los años 2000). Se refiere a las posibilidades que tenemos las personas de acceder a un ordenador y a Internet. Hoy en día, en 8 de cada 10 hogares, en los países desarrollados, hay un ordenador frente a una presencia de los mismos en 4 de cada 10 hogares en los países en desarrollo (nueva divisoria entre países desarrollados y no desarrollados). En España, de hecho, el 91,4% de la población entre 16 y 74 años se ha conectado alguna vez a Internet y la brecha entre hombres y mujeres ha desaparecido en cuanto al acceso
(2019).
La brecha digital de uso
El segundo nivel de brecha hacer referencia a inequidades (desigualdades injustas) en términos de motivación y habilidades de uso ( Ragnedda and Ruiu, 2017: 8). Lo podemos identificar con las destrezas en el uso de las TIC y las finalidades o el para qué usamos Internet. En este sentido, en España, El uso más frecuente es la mensajería instantánea (WhatsApp, etc.) (93,8%), el correo electrónico (79,6%) participar en redes sociales (64,6%) (Ontsi, 2019). En este nivel aún queda mucho recorrido ya que, según
datos del INE, de todos los usuarios de Internet en los últimos meses solamente el 39,8% mostraban habilidades avanzadas en ese campo en 2019 (véanse los datos aquí).Y aquí aventajan ligeramente los hombres a las mujeres (41,2% frente al 38,4%, respectivamente). Adicionalmente a estas cifras, las preferencias de unas y otros en el uso de internet varía: mientras que las mujeres muestran interés por temas sanitarios o sociales; los hombres tienen mayor tendencia por leer noticas y actualidad, vender bienes o servicios, banca electrónica, etc.
La brecha digital de beneficio
El tercer nivel de brecha digital se refiere a los “beneficios sociales recurrentes del uso de Internet, en ello tienen influencia nuestro propio capital social, cultura, político y personal” (Ragnedda and Ruiu, 2017: 9). Este tercer tipo se focaliza en lo que las personas que se manejan cómodamente en Internet reinvierten en la sociedad, en lo que también influye su posición previa en el sistema social. Es quizás más complejo de entender pero podríamos identificarlo con una ciudadanía digital plena, un ciudadanía cívica (derecho a la libertad individual, de culto, etc.), social (derecho a un mínimo bienestar económico, seguridad,…) y política (derecho a participar en el ejercicio del poder, elegir y ser elegido) (Marshall, 1950) y, además, plenamente digital, con las ventajas que esto conlleva. Este tercer nivel puede encontrarse en algunos informes desglosado, a su vez, en dos tipos de brecha. Este es el caso de un informe del Ararteko (Defensor del Pueblo Vasco) que en 2013 distinguía entre: brecha de apropiación y brecha de participación.
Brecha de apropiación aparece definida en dicho documento como aquella que diferencia a quienes hacen un uso intensivo y avanzado de Internet para fines relacionados con diferentes campos: empleo, relaciones sociales, salud, compra online; en definitiva, es indicador de un proceso de elevada maduración digital. Como dato ilustrativo, el 46,9% de la población de 16 a 74 años ha comprado por internet en los tres últimos meses (datos de 2019). En cuanto a la brecha digital de participación nos encontraríamos en un estadio de empoderamiento digital en el que la persona cuenta con un nivel elevado de apropiación de las TIC y es capaz de utilizarlas para participar en las esferas sociales y pública y de ese modo, ser capaz de influir en la toma de decisiones y en la transformación del entorno. Por ejemplo, participando en procesos deliberativos y participación ciudadana en general.
En definitiva, sin ser totalmente equivalentes a los previamente señalados, nos dan una muestra de la “densidad” de término “brecha digital”, de modo que encontrar a la ciudadana y al ciudadano plenamente digital que se mueve cómodamente en la Red, y que crea incluso contenidos y tiene voz aún está lejos de haberse alcanzado en nuestro entorno de forma extendida.
Volviendo a la anécdota del inicio creo que cada una de nosotras y nosotros puede pensar dónde ubicar a tan desconcertado ciudadano que debe relacionarse con la Administración y se encuentra perdido. Las brechas digitales condicionan nuestras relaciones con las administraciones públicas. Hablar de gobierno y administración digital no solamente es necesario, es urgente, por todo lo que está sucediendo en nuestro entorno en los últimos tiempos (teletrabajo asumido de forma casi súbita, docencia a distancia, atención sanitaria primaria telefónica, etc.); pero eso merece otro post.
Adela Mesa del Olmo
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